Miércoles 26 de Julio de 2000
Por: Margarita Restrepo Santa María, Medellín.
EL ZANCUDO más chiquito vende frunas, dice Gabriel al describir una familia de insectos que lo atacó en un paseo de fin de semana. Esa es una de las muchas exageraciones que pueblan la cotidianidad del lenguaje y que tienen que ver con la cultura y la estrategia para seducir oyentes.
La Mantiene en la punta de la lengua y su inventario de pensamiento y gestos, y la usa continuamente para manifestar y describir lo bueno y lo malo que percibe y sucede; para hablar de sus conquistas, fracasos, alegrías, sueños y carencias. Es la exageración, esa figura que, a menudo, toca con la ficción y algunos identifican como sinónimo de ser "antioqueño".
¡Eavemaría, pues; no exagerés! El manejo de hipérboles es de ocasión y atrapa a todo tipo de gente:
al pescador (me saqué un bocachico de de 47 libras)
al viajero (en los tapetes del palacio se me hundían los pies hasta el tobillo)
al universitario (había unos cinco mil carros en la carrera de observación)
al músico y compositor (ya no hay duda ninguna, antioqueño es mi Dios)
al agente de turismo (Medellín tiene el mejor clima del mundo)
al funcionario público (la ciudad será la mejor esquina de América).
Narizón de Sábana
Gracias a la exageración hay narizones que usan sábana y no pañuelo, cucharas de 30 cms, trapeadoras que le sacan sangre a la baldosa y hombres altos con nieve en la cabeza. ¡Tan exagerados! En conversación, carta, modal y gesto; con alusiones o en directo; con finura o palabrotas o en silencio; siempre entre los extremos.
La exageración es un asunto de cultura; encierra un código comprensible para quién está habituado a ella. Le suena a mentira (así se le ocurrió a Cervantes) y a mal gusto, a quien no la maneja.
Es questión de aprendizaje y oportunidad. Cambia al ritmo de los referentes culturales (la expresión "más amarrado que casa de bahareque" nada le dice a quién ni conoce ese tipo de vivienda, o ese "es más fácil llenar un excusado de tren", no tiene sentido para quien conoce el ferrocarril por culpa del llamado progreso). Puede perderse con la globalización y el final de las fronteras. Pero también, saltar definitivamente de lo verbal a lo visual, para adaptarse a generaciones que crecen con otros esquemas. Por ahora sigue presente.
(De un bigote despoblado, se dice:)
No se oye un grito de pelo a pelo.
También se dice: Parece la frenada de una bicicleta.
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Miércoles 26 de Julio de 2000
Por: Margarita Restrepo Santa María, Medellín.
EL ZANCUDO más chiquito vende frunas, dice Gabriel al describir una familia de insectos que lo atacó en un paseo de fin de semana. Esa es una de las muchas exageraciones que pueblan la cotidianidad del lenguaje y que tienen que ver con la cultura y la estrategia para seducir oyentes.
La Mantiene en la punta de la lengua y su inventario de pensamiento y gestos, y la usa continuamente para manifestar y describir lo bueno y lo malo que percibe y sucede; para hablar de sus conquistas, fracasos, alegrías, sueños y carencias. Es la exageración, esa figura que, a menudo, toca con la ficción y algunos identifican como sinónimo de ser "antioqueño".
¡Eavemaría, pues; no exagerés! El manejo de hipérboles es de ocasión y atrapa a todo tipo de gente:
al pescador (me saqué un bocachico de de 47 libras)
al viajero (en los tapetes del palacio se me hundían los pies hasta el tobillo)
al universitario (había unos cinco mil carros en la carrera de observación)
al músico y compositor (ya no hay duda ninguna, antioqueño es mi Dios)
al agente de turismo (Medellín tiene el mejor clima del mundo)
al funcionario público (la ciudad será la mejor esquina de América).
Narizón de Sábana
Gracias a la exageración hay narizones que usan sábana y no pañuelo, cucharas de 30 cms, trapeadoras que le sacan sangre a la baldosa y hombres altos con nieve en la cabeza. ¡Tan exagerados! En conversación, carta, modal y gesto; con alusiones o en directo; con finura o palabrotas o en silencio; siempre entre los extremos.
La exageración es un asunto de cultura; encierra un código comprensible para quién está habituado a ella. Le suena a mentira (así se le ocurrió a Cervantes) y a mal gusto, a quien no la maneja.
Es questión de aprendizaje y oportunidad. Cambia al ritmo de los referentes culturales (la expresión "más amarrado que casa de bahareque" nada le dice a quién ni conoce ese tipo de vivienda, o ese "es más fácil llenar un excusado de tren", no tiene sentido para quien conoce el ferrocarril por culpa del llamado progreso). Puede perderse con la globalización y el final de las fronteras. Pero también, saltar definitivamente de lo verbal a lo visual, para adaptarse a generaciones que crecen con otros esquemas. Por ahora sigue presente.
(De un bigote despoblado, se dice:)
No se oye un grito de pelo a pelo.
También se dice: Parece la frenada de una bicicleta.
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Miércoles 26 de Julio de 2000
Por: Margarita Restrepo Santa María, Medellín.
EL ZANCUDO más chiquito vende frunas, dice Gabriel al describir una familia de insectos que lo atacó en un paseo de fin de semana. Esa es una de las muchas exageraciones que pueblan la cotidianidad del lenguaje y que tienen que ver con la cultura y la estrategia para seducir oyentes.
La Mantiene en la punta de la lengua y su inventario de pensamiento y gestos, y la usa continuamente para manifestar y describir lo bueno y lo malo que percibe y sucede; para hablar de sus conquistas, fracasos, alegrías, sueños y carencias. Es la exageración, esa figura que, a menudo, toca con la ficción y algunos identifican como sinónimo de ser "antioqueño".
¡Eavemaría, pues; no exagerés! El manejo de hipérboles es de ocasión y atrapa a todo tipo de gente:
al pescador (me saqué un bocachico de de 47 libras)
al viajero (en los tapetes del palacio se me hundían los pies hasta el tobillo)
al universitario (había unos cinco mil carros en la carrera de observación)
al músico y compositor (ya no hay duda ninguna, antioqueño es mi Dios)
al agente de turismo (Medellín tiene el mejor clima del mundo)
al funcionario público (la ciudad será la mejor esquina de América).
Narizón de Sábana
Gracias a la exageración hay narizones que usan sábana y no pañuelo, cucharas de 30 cms, trapeadoras que le sacan sangre a la baldosa y hombres altos con nieve en la cabeza. ¡Tan exagerados! En conversación, carta, modal y gesto; con alusiones o en directo; con finura o palabrotas o en silencio; siempre entre los extremos.
La exageración es un asunto de cultura; encierra un código comprensible para quién está habituado a ella. Le suena a mentira (así se le ocurrió a Cervantes) y a mal gusto, a quien no la maneja.
Es questión de aprendizaje y oportunidad. Cambia al ritmo de los referentes culturales (la expresión "más amarrado que casa de bahareque" nada le dice a quién ni conoce ese tipo de vivienda, o ese "es más fácil llenar un excusado de tren", no tiene sentido para quien conoce el ferrocarril por culpa del llamado progreso). Puede perderse con la globalización y el final de las fronteras. Pero también, saltar definitivamente de lo verbal a lo visual, para adaptarse a generaciones que crecen con otros esquemas. Por ahora sigue presente.
(De un bigote despoblado, se dice:)
No se oye un grito de pelo a pelo.
También se dice: Parece la frenada de una bicicleta.
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